Unas cuantas tablas, hierro de fundición. Remaches y una idea. Un poco de tinta y algo de aguada emoción. Menos no se puede pedir de una tarde sentado en La Banca.
21 junio 2011
Los Ojos del Gran Ben
14 junio 2011
Daniel y los últimos deseos.
Restregándose los ojos, se apartó del monitor. Daniel no podía matar un solo Stomp-trooper más. Luke Sky-walker permanecía inmóvil y luminoso en la PC mientra él, en su enorme sillón con rueditas, se asomaba por la ventana.
Nunca tuvo un telescopio, Daniel, ya que sus precios alcanzaban el riñón y medio. Miró por un rato el cielo, y repasó uno o dos diálogos de “El Dia de la Independencia”. Eso lograba que el universo, para él, se vea un tanto más inmenso y misterioso. Una estrella le guiñó un destello con picardía. El muchacho suspiró.
La vida desde la infancia no le fue fácil: un tanto solitario en la primaria, sus amigos del barrio bastante más grandes en edad y una madre obsesionada con la revista “Genios” y sus casi infinitos suplementos sobre biología y astronomía. Nada bueno podía salir de tal mixtura. Si bien conocía personas realmente interesadas en los temas del universo, él entendía bastante poco; se dedicaba casi profesionalmente a consumir películas y videojuegos de ciencia-ficción diseñados por personas con talento y vocación. Ambas cualidades que parecían esquivarlo a sus 18 años de edad.
Somnoliento, comenzó a divagar con la ñata contra el vidrio (como solía decir su abuelo) y el vapor de a poco nublaba la noche. Repentina, la estrella que había titilado se sacudió con fuerza, como si se hubiera despegado del negro cielo.
Lo que a continuación sigue puede resultar confuso, pero es indispensable que el lector comprenda: Las invasiones nunca son claras.
Comienza, como toda buena película, con una explosión. El humo, el estruendo y los torrentes de fuego se acercaban a las imágenes del noticiero sobre el volcán chileno. Los adornos de la casa se caen por el temblor. Se corta la luz.
Silencio. Pasos sobre el piso de madera flotante y los gritos de alguien en la casa preguntando “¿Todos Bien?” seguido de un predecible “¿Qué paso?”. La calle 3 hundida y resquebrajada. Todos se acercan, Daniel se aleja. Un cilindro en el cráter… ¡Un cilindro! ¡clásico! Daniel se sube al Ford Ka que arranca fácilmente. “Si fuera Chevrolet no arranca” hubiera dicho su ahora irrelevante padre. 120 kilómetros por hora, y un chillido sordo y vibrante comenzó a aturdir al gentío que curioseaba, menos a Daniel, que ya estaba lejos.
El oficial Ramírez da dos pasos entre la multitud que rodea al artefacto y lo toca, esperando que cese. Daniel sabe que es inútil, pero su conocimiento no escapa al chasis del ligero cochecito. El oficial exclama “¡Los recibiremos en paz!”, segundos antes de ser pulverizado ante el horror del público.
Toma el pedido sin pagarlo en el AutoMc, Daniel, y sigue hasta la Sede central de “Claro”. Entra corriendo y comienza a subir las escaleras, mientras la seguridad del edificio lo persigue. Una onda expansiva que sale desde el objeto alienígena comienza a barrer con todo a su paso. Llega, Daniel, a la oficina del Presidente de la empresa:
“¡NO QUIERO DUPLICAR MI CARGA, NI QUIERO PARTICIPAR DE UN CONCURSO POR UN 0 KILÓMETRO!”
A la vez que, por la ventana, entraba la última luz que el mundo vería.
7 de Junio
Textos I
Consigna: Basado en la Guerra de los Mundos, describir una invasión alienígena en la actualidad.
Agustín Gutiérrez y los canapés del Mal.
Agustín Gutiérrez y los canapés del Mal.
Era 8 de Agosto y Agustín Gutiérrez, el hijo de Don Guitiérrez, cumplía siete años. Si bien Agus era un “nene divino” según mi tía, para mí y para mis hermanitos, era un pendejo, con todas y cada una de las letras. Su aspecto angelical, rubiecito y de ojos claros, tenía embobados a todas las viejas de la fiestita. La gente joven, nuestros papás y nuestros primos más grandes, o le daban poca bola, o lo aceptaban: total, morfaban gratis. Pero nosotros no.
Si bien nosotros comíamos gratis en todos lados (teníamos menos de 10 años), en el cumpleañitos de Agustín, el banquete era codiciable. Lo recuerdo nítido y oloriento: para comenzar, los manteles de plástico de los Power Rangers y de Dragon Ball Z, dibujos que solían coparnos y volvernos extremadamente violentos, recubrían todas las mesas. Los vasitos de plástico berreta poblaban la superficie; más de una vez me hubiera gustado poder ponerles nombre, para evitar los crueles hurtos luego de que una mamá generosa los hubiera llenado de rico y burbujeante líquido. Para concluir con la vajilla, los platos de plástico de todos los colores, que al final de la tarde terminaban partidos y cortados, con unos bordes filosos que no te cuento. La comida merece un párrafo aparte.
Éste es el párrafo aparte de la comida, por si no está atento. Las salchichas apuñaladas por un escarbadiente, los sanguchitos todos manoseados y las empanaditas frías se desplegaban por doquier sobre una telaraña de queso para pizza. Entre todo ese escándalo estábamos Leonardo, Guido y yo por un lado, y Agustín con sus amiguitos por el otro. Él nos miraba sonriente y alzando un poco la cabeza, como diciendo “Lero lero, tengo un cumpleaños re masa y ustedes no, chiva calenchu” y nosotros lo mirábamos con el seño fruncido y con odio, diciendo “no me importa, come torta, mi cumple va a estar mejor que el tuyo, yo completé el álbum de los caballeros del zodíaco y mi papá le gana al tuyo” entre otros improperios de la edad.
Durante todo el cumpleaños, se nos burlaba y ostentaba sus bienes. Mi papá dijo algo como “Parece que Don Gutiérrez pierde masculinidad si no hace gala de lo bien que cocina. En el momento no lo entendí, pero ahora creo que tampoco.
En fin, cuando la torta gigantesca con el escudo de Racing (digno del pecho frío) se posó sobre la mesa, yo, poseído por Gokú y por el Power Ranger Rojo, me pare sobre la silla de un salto y grité: - ¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!! - A la vez que lanzaba un trozo de “pastel” sobre el cumpleañero, trozo que sonó con un total ¡SPLAT!
Nadie me siguió en la beligerancia, y mi vieja me castigó “de por vida” por hacer llorar al pendejito maleducado. Igual, yo nunca, ¡Nunca!, me arrepentí de haberme vengado de Agustín Gutiérrez y sus canapés del Mal
24 de Mayo
Textos I
Consigna: Describir realísticamente y con humor, un evento social que forme parte de nuestra cultura.