14 abril 2011

Asi vivía Horacio

Despertó como en un espasmo, de esos que te hacen tan raro. Esos temblequeos repentinos que te vuelven el alma al cuerpo, cuando en otras tierras te caes al piso, chocas en un automóvil, o la gravedad no te ayuda desde el borde de un acantilado.

Odiaba comenzar sus historias cuando recién se levantaba, por lo tanto, fingió ser normal hasta después de ducharse. Mientras tanto, cepillarse los dientes, el enjuague bucal y toda clase de mini manías de entre casa fueron fuertemente sobreactuadas. Nada debía ser interesante, hasta estar pasado por agua.

Y así fue. El agua cayó como estaba prevista, y sus cabellos se pusieron babosos, como tanto le divertía sentir. ¡NO! ¡Diversión todavía no! Se lamentó y soltó una que otra guasada, para sentirse regañado.

Nunca fue fácil la vida para Horacio, el hombre más interesante del mundo.

Nunca fue muy modesto, pero tampoco fue vanidoso. Era una máquina de hacer cosas entretenidas, de cumplir todo lo que el resto no se animaba a llevar adelante: Era un tipo de puta madre, y no había con qué darle.

Intentó de no alardear, de verdad que lo intentó. Sin embargo, día tras día, algo de sumo valor lúdico le pasaba casi por accidente, y tenía una jornada de pura emoción. Nadie sabía la razón de esa extraordinaria extraordinariéz, pero era indiscutible. Algunos rumorean que hasta él lo ignora.

Lo que todos saben (y cómo no saberlo), es que él en un momento determinado, se aburrió. Sí, esa es la palabra exacta, aburrió.

A los lindos lectores la contradicción les pesa como un melón en la cabeza: “¿Como es que alguien puede aburrirse de cosas interesantes? ¿No se habrá aburrido de cosas monótonas?”

No, señor lector. Las dudas son el comienzo de la ciencia, pero la EXPRESA FALTA DE CONOCIMIENTO. Por lo tanto, ¡oh, gran vidente de estas hojas! si no sabe, calle y lea.

Lo que pasa es que a Horacio, el hombre más interesante del mundo, la vocación lo llamó a la mediocridad.

No fue ni una decisión, ni una epifanía, sólo un llamado: cobro revertido, de larga distancia.

Desde ese día, un 25 de abril, Horacio dedicó su vida pararresponsable (es decir, toda la vida fuera de sus obligaciones: trabajo, estudios, vida civil, o durante el esfuerzo para no incomodar al vecino de urinal) a una lucha sin cuartel para el derrocamiento de la suerte, del destino, de ser alguien con quién la vida se hace más jugosa.

Sin embargo, como habrán notado nuestros envidiosos lectores, tuvo que empezar por dosis.

Cada semana, fingía una rutina de normalidad hasta cierto hecho referente u cierto horario. En otras palabras, se decía: “Bueno, desde que me levanto, hasta que me ato los cordones, tengo que ser corriente” o “Listo, hasta las diez y treintaisiete, no me tiene que hacer feliz nada”, entre otras máximas más o menos de la índole.

Así se lo vé ahora a Horacio, el hombre más interesante del mundo. Su ceño fruncido por lo histriónico camina delante de él por la perito moreno, hasta cruzarse a un viejo conocido de la secundaria que hace paracaidismo y que justo necesita alguien alto, delgado, e interesante para que lo acompañe.

¡Fuerza Horacio, seguir tu vocación vale la pena!

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