05 mayo 2011

Ciel



Algo curioso de las calles riograndenses, no así de las ushuaienses o tolhuinenses, es el lánguido colorido que las demarca. Es una paleta tan infinita, como en cualquier ciudad, la que pinta las casas y los edificios, los coches o los vagabundos canes. Sin embargo, todos ellos son delicadamente diferentes al grueso: son grises.

Las veredas, el hielo y la gente, sonríen opacos a nuestro pasar. Incluso el Río Grande, que de grande poco tiene, brilla en su deslustre. Hasta su gentilicio responde a una comunidad de contraste más bien apagado. Es la ciudad donde siempre atardece. Mas no cuente con que esa falta de vívidas sensaciones es aquello que quiero hacerle ver: Au contraire, lector.

En el mundo del piso siempre frío, todos los edificios están sentados, al contrario que en las grandes ciudades. Están tirados de desgano, y al estarlo, emerge entre ellos el mayor y más potente Cielo que jamás hayamos visto: un lienzo púrpura y anaranjado enmarca las más variadas nubosidades, nunca más alejadas del algodón.

La magia también aborda los días de casi lluvia; esas eternas horas de gris pálido que nos hacen entrecerrar nuestros encandilados ojos y fruncir el ceño. Ese Cielo moteado, de tanto en cuanto, por un tono más oscuro o más claro de lo mismo que recubre las calles.

La gente ignora el espectáculo y continúa su vida de concreto y calefacción. Perpetúa su existir de pulcra y hacinada industrialización. Se abrazan, fríos, bajo las trémulas luces blancas, dignas de un manicomio o del inexistente Infierno.

Los jóvenes respiran dificultosos ante tal puesta en escena. Tiemblan horas en la negra playa, esperando el alba. Cuando el fuego ya está por cesar, cuando las brasas se abrigan de cenizas, sale triunfante el Monarca. Ilumina así todo lo circuncidante, incluyendo los rostros coloreados por la sangre, y el vapor de la respiración.

Es así como un ejército de obturadores comienza a chillar, y la sensibilidad deja de ser un estado de la psique, para convertirse en otro síntoma de la Luna y del Sol. Es así como el horizonte muestra al colorido Goliat recostado sobre el sombrío David.

En mi Río Grande, el Cielo aplasta a la Urbe.

Bruno Daniel Martínez

La Plata, Mayo de 2011

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