20 diciembre 2011




La repugnancia existe. Toda ella en mi garganta, merecida por los hijos del muro. Anacrónicos desentendidos de lo críptico. Cedidos bajo el peso de sus malditas existencias, no se entienden a sí mismos y hablan. Hablan muchísimo y no dicen nada. Siempre, todo el tiempo, repiten. Así, las caras una a una se vuelven una máscara igual. Me dan asco. Aquí estoy yo, con la desgracia de haber visto el dolor a los ojos, y haberlo oído decirme que soy su familia. Yo soy el imbécil que abraza un erizo en llamas. El sabor a cemento me ahoga y no entiendo de dónde salí. Dónde nació la inmundicia y por qué somos pocos los odiosos que la mascamos. Con los ojos abiertos totalmente, los acuso de cometer el peor de los pecados del alma: dejar que el veneno entre en sus cerebros y que hoy no haya nada. No existe un nido donde posarse. No existen las alas. Ni siquiera existe la calidez de la oscuridad que no nos deja ver. Todo es claro, brillante, y la cueva no me protege. Ahi los veo revolcarse en su mierda verde, abrazándose con frío y esperando el mundo que no están construyendo. Tirando a la lava la única realidad del ser humano que nos hace mejores que la tierra gris que pisan. Destruyendo lo poco que queda de los colores. Todo se ve más opaco, y quiero escapar sin salir de acá. Siento los dedos que moldean cada borde y duele. Me veo morir en las manos del azul, y ahora no soy más nadie. Me fundo de cabeza a la última idea del Falso Dios.



Ustedes.



1 comentario:

  1. Me gustó lo que leí pero no me gustó que lo hayas escrito vos.
    Te quiero abrazar tanto.

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