No hay anillo ni esmalte que sostenga sus lágrimas.
Condenado el día en que nos sentamos en esa banca, a hablar de ella.
Siempre era así, los problemas siempre fueron suyos.
"Tranquila y sonriente, que la vida espera más de vos que una boba empapada" bromeé.
Sin mirarme y sin sonreír, largó una especie de resoplido hípico. Ruido que quiso ser risa.
'El Aíd era ese, no era otro. Así lo perdí, se voló sin más. A mi no me interesaba que llegue, pero cuando llegó y lo recibí, se fue. No sé por qué me esfuerzo, entendés lo que te digo?'
Era errado, no incomprensible.
"Sí, te entiendo, pero el Aíd nunca es tan claro ni tan real. Nunca es algo quieto o algo duro al palpar. Es como ese motor, esa soga que te atrae, que te empuja a hacer una cosa u otra. No importa si tiene el sentido que te quieren imponer. No importa si te miran raro. El Aíd te lleva a ello y poco a poco te endurece como persona.
Vas a ver cómo, de un día para el otro, la gente va a pasar de observarte de reojo a admirarte. Se va a sentir poco frente a eso nuevo que sos. Te va a molestar muchísimo que lo haga, porque el Aíd nunca viene con la fuerza ni con la mente de hierro. Los vas a animar, los vas a querer contagiar.
Si no es nada de eso lo que te tiene triste, entonces seguramente estás en lo incorrecto"
Mira ella confusa y con la cabeza un tanto torcida. Recuerda a un cachorro.
"Entendés?"
'No'
Hablar de Paz y de Semicorcheas nunca terminó una Guerra: hablar de Virtudes y de Emociones arrastradas nunca acabará en el Aíd.
No hay comentarios:
Publicar un comentario