31 julio 2011

El Aíd - Capítulo XI

Iván no tardó en transportarse. Cómo si cada silencio, cada nota, limpiase el polvo de sus recuerdos. El calor del té, la fragancia a la canela, y la áspera caricia de su abrigo volvieron a la casa. Se vio de pequeño parado sobre una silla junto a la canilla de la cocina. Sus manos heladas por el agua y el jabón, y Elena, joven y de ojos brillantes, explicándole como hacer burbujas. -Tenés que hacer así...- insistía ella. Para él, su "así" podía ser cualquier cosa; más el momento era simpático como ningún otro.

La tierra fría y el cielo rojizo de afuera fueron imágenes que se depositaron en el muchacho, que poco a poco se perdía más y más en la prolija melodía. Sus ojos cayeron pesados y cómodos. Él, en ese preciso instante, dejó de sentirse. Se olvidó de las razones, los modales, inclusive de quién estaba tocando tan hermosa música. Seguía consciente de lo que sucedía, pero toda su verdadera atención estaba en su memoria.

Su madre, a una distancia prudente, leía un libro; o por lo menos fingía hacerlo: cada nota le demostraba más y más que su hija no era la misma. Le enseñaba que la muchachita tozuda que se fue tan ofendida y rebelde, hoy volvía amorosa y sin rencores. Llena en su totalidad de aquello único que la haría feliz: la música. Su padre estaría tan feliz. “Lloraría” pensó, mientras revisaba, por décima vez, la frase que leía sin atender.

Los tres pensaron en palabras más o menos similares: “¿Cuándo iría Iván a buscar su Aíd?” Como siempre, y ésta vez Elena respetando las costumbres, nadie lo dijo en voz alta.

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